Gaza, el otro Holocausto
"Gaza, el otro Holocausto", escribe Irene Selser en #Entrevías
Es cierto que la comparación entre la política israelí hacia los palestinos y las acciones de Hitler contra los judíos sigue siendo extremadamente polémica y dolorosa, tanto en Israel como en las comunidades judías de la diáspora. Sin embargo, más que una provocación, esta analogía constituye una denuncia ética, en especial a la luz de dos años de guerra en Gaza, documentada en forma cotidiana y exhaustiva por la prensa y por organismos internacionales.
Esto contrasta con la información parcial y fragmentada que se tuvo de los crímenes masivos del Holocausto (o Shoá) durante la Segunda Guerra Mundial, cuya magnitud y la infraestructura del exterminio —que acabó con la vida de unos seis millones de judíos, además de gitanos, personas con discapacidades físicas y mentales, polacos y otros eslavos, prisioneros de guerra soviéticos, comunistas, socialistas y sindicalistas, homosexuales y otras minorías religiosas y étnicas—, sólo se conocieron plenamente hacia el final del conflicto.
A dos años del inicio de la guerra, el 7 de octubre de 2023, las cifras se actualizan día a día: unos 67 mil muertos, de ellos 19 mil niños, y más de 400 mil heridos, con un promedio semanal de 200 ataques aéreos y de artillería por parte de las Fuerzas de Defensa israelíes (FDI). Estos ataques no han cesado pese al llamado de Donald Trump, quien, el 29 de septiembre, presentó en la Casa Blanca un esquema de paz de 20 puntos, acompañado del premier israelí Benjamín Netanyahu, quien expresó su apoyo. En estas horas, el plan se está discutiendo entre las partes en Egipto, al menos en lo referente al intercambio inmediato de rehenes israelíes por presos palestinos.
Al igual que Netanyahu, el grupo islamista sunita Hamás se vio obligado a aceptar el plan ante el aislamiento diplomático de ambos, provocado por los niveles inconmensurables de la crisis humanitaria en Gaza. El ataque del 7-O, perpetrado por Hamás contra una decena de kibutz (comunas agrícolas) en el sur de Israel, desató un conflicto local y regional cuyas consecuencias incluyen la destrucción del 80% de la infraestructura habitacional y de servicios de la Franja de Gaza, un territorio de apenas 365 km² (40 km de largo por 11 km de ancho), habitado por 2.2 millones de palestinos que ya vivían en condiciones de pobreza generalizada tras décadas de bloqueo económico y restricciones de movimiento impuestas por Israel en su enfrentamiento con los grupos armados. Se estima que la reconstrucción de la Franja costará unos 53 mil millones de dólares en la próxima década, de los cuales 20 mil millones serían necesarios en los primeros tres años para iniciar la recuperación.
El ataque del 7-O dejó mil 195 muertos en Israel, incluidos 38 niños, y unos 250 rehenes. Más de la mitad fueron intercambiados por presos palestinos; otros murieron a causa de los bombardeos israelíes, y unos 20 permanecerían con vida en los túneles de Hamás.
La incursión de 2023 generó fuertes críticas dentro de Israel por los graves fallos de seguridad y porque Egipto reveló que había advirtió de un ataque inminente, pero las FDI no reforzaron la frontera de 51 km con Gaza, al minimizar el riesgo.
Aunque Hamás sabía que Netanyahu respondería con toda su fuerza al peor ataque sufrido por Israel desde 1948, su intención aparente no era provocar la muerte de miles de gazatíes, si bien subestimó la magnitud de la represalia. Según su liderazgo, el objetivo era establecer un nuevo statu quo político-militar, reforzar su poder interno y dar mayor visibilidad a la causa palestina y a su reivindicación de un Estado propio.
Hamás logró visibilidad internacional, pero a costa de la destrucción de Gaza. El drama palestino volvió a la agenda global gracias a la cobertura mediática, algo que no ocurría desde la guerra en Gaza de 2014, durante el tercer mandato de Netanyahu, quien, desde 1996, ha mantenido su rechazo a la creación de un Estado palestino soberano, promoviendo la expansión y legalización de asentamientos de colonos en Cisjordania, considerados ilegales por la ONU, así como alianzas con partidos religiosos conservadores y de extrema derecha.
Pensadores, artistas y líderes religiosos judíos de distintas tendencias, dentro y fuera de Israel, condenaron los asesinatos cometidos por Hamás, así como la política de “tierra arrasada” en Gaza y la violencia de los colonos extremistas en Cisjordania, considerando todos estos factores responsables de una nueva ola de antisemitismo en el mundo.
Figuras como el rabino Yisroel Weiss, activista antisionista estadounidense y vocero del grupo religioso internacional Neturei Karta, critican la confusión promovida por el establishment israelí al equiparar al judaísmo como religión con el sionismo (“el retorno a las tierras del Israel bíblico”) como ideología política.
Rechazan que, en nombre del sionismo, se justifique el exterminio en Gaza y afirman que esto no sólo pone en peligro a los judíos en la diáspora (unos siete millones, de una población total cercana a los 15 millones), sino que también provoca que se los identifique automáticamente con las políticas del Estado de Israel.
Según la ONU, en Gaza se presentan cuatro de los cincos factores que determinan la existencia de un genocidio: ataques a civiles y destrucción de infraestructuras; bloqueo y restricciones al acceso de alimentos, medicinas y otros suministros esenciales; uso desproporcionado de la fuerza; y desplazamiento forzado de la población.
Desde fines de 2023 y a lo largo de 2024-2025, decenas de miles de judíos en todo el mundo, tanto religiosos como laicos, jóvenes y sobrevivientes del Holocausto han participado en protestas bajo el lema “Not in Our Name” (No en nuestro nombre).
Las manifestaciones también han movilizado a millones de personas en estadios deportivos, festivales como Eurovisión, conciertos, los Premios Emmy (donde Javier Bardem lució un pañuelo palestino) y el Festival de San Sebastián, acompañado por una de las mayores movilizaciones en Europa. Más de mil 300 artistas firmaron una carta abierta en la que condenan la guerra y piden un boicot a las instituciones y empresas israelíes involucradas en el conflicto.
Parte de la visibilización de la crisis en Gaza incluye la iniciativa de activismo marítimo organizada por la Freedom Flotilla Coalition y la joven sueca Greta Thunberg, junto a centenares de activistas de diversos países, entre ellos México, en un intento por romper el bloqueo naval impuesto por Israel y llevar ayuda humanitaria simbólica.
Miles de israelíes también han salido a las calles desde 2024 para exigir la liberación de los rehenes y el cese de la guerra, así como la renuncia de Netanyahu, cuya legitimidad interna está fracturada.
En la última Asamblea General de la ONU, 11 gobiernos reconocieron al Estado de Palestina, sumando 157 de los 193 miembros. No obstante, Estados Unidos ha vetado sistemáticamente este apoyo en el Consejo de Seguridad, con más de 40 vetos desde 1970, bloqueando así el reconocimiento formal de Palestina como Estado miembro.
En dos años, la imagen de Israel ha pasado de ser la de un país democrático “víctima del terrorismo” a la de un “Estado genocida”, cuyos métodos contra los palestinos se comparan con las prácticas totalitarias del siglo XX o el apartheid sudafricano, como afirma el historiador Ilan Pappé y las organizaciones humanitarias israelíes Breaking the Silence y B’Tselem.
Para el historiador canadiense Yakov Rabkin, Netanyahu ha traicionado el espíritu del judaísmo al convertir a las víctimas en opresores; o como decía el filósofo yugoslavo Yehuda Elkana —sobreviviente del Holocausto— Israel, al fundar su identidad en el trauma, corre el riesgo de reproducir una mentalidad de víctima para justificar su violencia contra el otro.