La vida entre tijeras y fotografías: la historia de Don Manuel Ríos Durazo
Don Manuel Ríos Durazo, peluquero y fotógrafo aficionado de Hermosillo, dedicó más de 60 años a su oficio y descubrió en la fotografía su verdadera pasión.
Por más de 60 años, Don Manuel Ríos Durazo vivió de su oficio como peluquero. Desde muy joven, su vida transcurrió entre tijeras, navajas y conversaciones de barbería. Comenzó en 1959, en una pequeña peluquería ubicada en la calle Veracruz y Aldama, en la colonia San Benito, en Hermosillo. Ahí fue aprendiendo el arte de transformar cabelleras y, con el tiempo, también el arte de escuchar. En cada cliente encontraba una historia, una risa, una preocupación. Y así, día con día, fue construyendo no solo un negocio, sino un refugio de vidas compartidas.
Con esfuerzo, años después abrió su propio local: Peluquería Ríos, que se convirtió en un rincón entrañable. Fue también empleado bancario, estudió contabilidad, pero optó por quedarse en la silla del peluquero, donde trabajaba de lunes a viernes, de nueve de la mañana a nueve de la noche.
Pero lo que pocos sabían, es que detrás de aquel hombre sereno de bata blanca, latía el corazón de un artista.
Su verdadera pasión, aquella que nunca le dio dinero pero sí una profunda dicha, fue la fotografía.
Un descubrimiento accidental
Todo comenzó casi por accidente, durante un viaje familiar a Yécora, en 1990. Usó la cámara de una de sus hijas para tomar fotos de los impresionantes árboles, montañas y paisajes, cruzó la frontera del Estado, de Sonora hacia Chihuahua para encontrarse con la cascada de Basasiachi. Recuerda, con una sonrisa y cierta ternura, que ninguna de las fotos le gustó. Pero en ese aparente fracaso, descubrió algo que no esperaba: el amor por la fotografía había nacido en él.
Fue entonces cuando, decidido, compró su primera cámara en un tianguis: una Pentax. Poco después, se inscribió en los cursos de fotografía del maestro Memo Moreno, que se impartían por las tardes en la Casa de la Cultura. Ahí alternaba su labor como peluquero con las clases, cargado siempre de entusiasmo y curiosidad.
Recorridos y aprendizajes
Con nostalgia y brillo en los ojos, Don Manuel recuerda las prácticas en campo: viajes a San Pedro de la Cueva, Cananea, Yécora, buscando capturar la mejor toma de un paisaje, el juego de luz en la sierra, la quietud de un amanecer. Lo que no sabían entonces era que, con cada foto, se convertían sin proponérselo en promotores del turismo y la belleza de Sonora.
Uno de los viajes que más lo marcó fue a la Biósfera del Pinacate, donde acamparon entre cráteres y silencio. Cada quien se desplazaba en su carro, impulsado por la emoción pura de capturar el mundo a través del lente. Aquellos días fueron libertad, arte, y camaradería.
Aunque se dedicó toda su vida a la peluquería —que le dio estabilidad y una vida digna para él y su familia—, siempre supo que su alma era fotógrafa. Y aunque nunca vivió de la fotografía, vivió gracias a ella. Le permitió cambiar de mundo, relajarse, observar, y maravillarse con lo cotidiano. Recorrió Sonora y Chihuahua con su cámara al hombro, capturando la esencia del norte con un “ojo” entrenado por la pasión.
Ganó tres concursos estatales de fotografía creativa organizados por la CFE. Y aunque dice que le costaba fotografiar personas, tiene un don especial para ver lo que otros no ven: la textura del adobe viejo, el silencio de un árbol, la historia oculta en una ruina.
Legado artístico y familiar
Hoy, ya retirado, aún corrige a sus hijos cuando van a tomar una foto: “No necesitas ir tan lejos para hacer una buena toma —dice—, solo necesitas ojo y creatividad.”
Con un dejo de melancolía, cuenta que dejó la fotografía por el mismo amor que le tenía, porque para él nunca fue un negocio ni una obligación.
“Las fotos no se toman por compromiso”, afirma con voz firme, “se toman porque el alma te lo pide”.
Los más de cuatro años que vivió intensamente su pasión están ahora plasmados en las paredes de la Peluquería Ríos: imágenes como las ruinas de la iglesia de Cocospera, los restos de adobe en San Pedro de la Cueva, o el callejón de árboles en la Mesa de Ímuris. Cada una de ellas, una historia congelada en el tiempo.
Don Manuel Ríos Durazo, originario de Oputo Sonora, hoy Villa Hidalgo, ha dejado una huella profunda. Sin buscarlo, ya es inmortal, pues sus fotografías viven en lugares como el Hospital CIMA, donde siguen inspirando a quienes las ven.
Él solo desea ser recordado.
Y lo será.
No solo como el gran peluquero que escuchaba con paciencia, sino como el fotógrafo silencioso que capturó la belleza eterna del norte mexicano.