"Política de venganza": Marian Vidaurri explica la tensión en América Latina

La politóloga Marian Vidaurri identifica factores estructurales y tecnológicos que profundizan la polarización en América Latina, afectando la convivencia democrática.

La economista y politóloga mexicana Marian Vidaurri explica que la polarización se manifiesta en discursos y que cobra presencia institucional, tecnológica y social. Desde su óptica profesional, la excesiva división entre polos ideológicos opera como un freno para el desarrollo democrático. En el análisis de la doctora en relaciones internacionales, Marian Vidaurri, la polarización actual adquiere sentido pleno cuando se observan primero los elementos estructurales que atraviesan a América Latina. “Los problemas estructurales de la pobreza y la desigualdad provocan un clivaje social entre las élites y el pueblo”, explica al describir el punto de partida de esa fractura. En el siglo anterior, ese quiebre se agudizó a partir de la Revolución Cubana y se trasladó con fuerza al ámbito político. El contexto de la Guerra Fría, sumado al auge de guerrillas de izquierda y dictaduras de derecha, favoreció la consolidación de una forma de confrontación en la que los adversarios terminaron situándose como rivales irreconciliables en lugar de operar como competidores dentro de un mismo marco político y mecanismos institucionales de resolución de conflictos.

Marian Vidaurri desglosa los factores que alimentan la polarización en la región

A partir del siglo XXI, Vidaurri subraya que esta polarización se ha profundizado por varias razones adicionales. El uso extendido de la tecnología y de las redes sociales, como ha ocurrido en otras regiones del mundo, ha contribuido a dividir aún más los polos con ideologías distintas. En el caso latinoamericano, la crisis venezolana añade una capa de complejidad, porque intensifica la discusión entre izquierdas y derechas y, al mismo tiempo, entre regímenes autoritarios, en su mayoría de izquierda, y sistemas democráticos. La doble línea de fractura que surge de ese contraste reconfigura el mapa político regional y alimenta una lógica de desconfianza permanente.

Otro componente central en el análisis de la politóloga mexicana Marian Vidaurri es el papel de la llamada política de venganza. “La política de venganza, mediante la intimidación y el bullying online y offline, es la regla y no la excepción”, expone al describir la intensidad que han alcanzado los enfrentamientos entre los polos. Los regímenes autoritarios han dominado estos mecanismos de intimidación y amedrentamiento porque gobiernan y mantienen el control y poder produciendo miedo en la población. Ese clima se ve reforzado por un discurso constante de “nosotros contra ellos” que atraviesa tanto a la clase política como a amplios sectores de la ciudadanía. A medida que esa dinámica gana terreno, la región sigue lidiando con desafíos persistentes, entre ellos los altos niveles de desigualdad, que mantienen a América Latina entre las zonas más desiguales del planeta, los amplios segmentos de población en situación de pobreza, la expansión del crimen organizado y diversas manifestaciones de corrupción que continúan sin una solución efectiva.

Cuando se pregunta si esta polarización es realmente algo nuevo o si simplemente hoy es más visible, Marian Vidaurri enfatiza el papel específico de las redes sociales como acelerador del conflicto. A su juicio, estas plataformas agravan los niveles de polarización y la demonización del otro, en parte porque permiten el anonimato al agredir. La posibilidad de escribir y publicar discursos de odio e información falsa sin enfrentar consecuencias fomenta un auge de ataques, desinformación y difamación contra el enemigo político, contra quien piensa diferente, con cero costos inmediatos para quienes participan en estas campañas.

Los contrapesos institucionales en el análisis de la politóloga mexicana Vidaurri

La reflexión de Marian Vidaurri también se proyecta en el terreno institucional. “La calidad de la democracia en la región ha decaído en las últimas dos décadas”, afirma al repasar la trayectoria reciente de los sistemas políticos latinoamericanos. Su lectura muestra que incluso países con una tradición democrática sólida y estable, como Costa Rica, atraviesan tensiones que evidencian un desgaste. Nicaragua, Venezuela y Cuba aparecen como ejemplos en los que los pesos y contrapesos dejaron de existir.

En el caso de El Salvador, describe un escenario en el que el Poder Ejecutivo domina a los otros poderes del Estado y la reelección presidencial, antes considerada contraria al marco constitucional vigente, terminó habilitada. México también figura en su valoración. La reforma judicial impulsada por el partido oficial en 2024 modificó el equilibrio entre poderes y dio origen a un debate amplio sobre la capacidad de las instituciones para resistir presiones políticas.

En este contexto, la polarización digital se convierte, según Vidaurri, en una variable clave para comprender las dificultades de los gobiernos a la hora de alcanzar acuerdos básicos. Las dinámicas en redes aportan a un ambiente tóxico y a la expansión de narrativas de odio que profundizan la tendencia a “demonizar al otro”. El anonimato vuelve más fácil este proceso, mientras que el uso de troll farms y sistemas sofisticados de persecución política en línea permite controlar a través del miedo, disuadiendo la expresión de opiniones divergentes y reduciendo los espacios para la deliberación democrática.

“La polarización latinoamericana funciona como un fenómeno de larga duración, alimentado por las tecnologías digitales y el deterioro de los contrapesos institucionales”, sostiene Marian Vidaurri. Desde su perspectiva, la confrontación que domina los espacios públicos va más allá de lo ideológico y se expresa como una configuración política y social en la que el lenguaje de venganza, la erosión institucional y la persistencia de problemas estructurales terminan reforzándose mutuamente. Comprender ese entramado, en su lectura, se convierte en un paso esencial para cualquier esfuerzo orientado a reconstruir condiciones de diálogo y de convivencia pacífica en la región.