Ingeniero mexicano en la NASA analiza el desplazamiento del hielo global
Luis Alberto López Espinosa, originario de Tapachula, colabora en el Centro Nacional de Datos de Hielo y Nieve de la Universidad de Colorado, vinculado a la NASA
Luis Alberto López Espinosa creció en Tapachula, Chiapas. De niño pasaba las tardes en la librería donde trabajaba su madre; ahí descubrió los libros de divulgación científica de Carl Sagan.
“Uno de los que más me impactó se llama Cosmos”, contó. Desde entonces, la astronomía y las ciencias naturales le dieron sentido a preguntas que lo intrigaban: el origen, las estrellas, el planeta.
Al elegir carrera cambió de rumbo. Explicó que, por circunstancias personales, no se mudó a la Ciudad de México ni al extranjero para estudiar astrofísica y optó por ingeniería en sistemas/ciencias de la computación.
“Me interesó mucho la electrónica y las computadoras”, dijo. Esa base lo llevó años después a Estados Unidos.
Relató que cursó la maestría en la Universidad de Colorado y, en un Café Científico, conoció investigadores de cambio climático y glaciología. A partir de ese encuentro llegó al Centro Nacional de Datos de Hielo y Nieve (NSIDC), un centro vinculado a la NASA y a la propia universidad, donde comenzó como estudiante y luego se integró a proyectos de largo aliento.
¿Qué es X-Light? Mapa global del movimiento del hielo
Hoy participa como ingeniero de datos en una iniciativa que integra mediciones satelitales desde la década de 1970 para observar el comportamiento del hielo a escala planetaria. Su tarea es fusionar y armonizar información de distintas misiones para construir series de tiempo coherentes. El resultado: un visor que permite ver, de la Antártida a Groenlandia, cómo se desplaza el hielo con el tiempo. “No es un campo estático; se comporta como un río”, explicó.
Detalló que el proyecto —denominado X-Light— utiliza datos ópticos de la familia Landsat (con archivos históricos desde 1985) y sensores de radar como Sentinel-1 (Agencia Espacial Europea) y NISAR (NASA y la Agencia India).
Actualmente trabajan con cuatro misiones activas. Subrayó que la frecuencia útil depende de la revisita orbital de cada satélite y que buena parte del reto está en procesar sensores antiguos con algoritmos adecuados para su resolución y formato.
Sobre los hallazgos, puntualizó que se trata de tendencias climatológicas y no de respuestas inmediatas. El equipo donde colabora, dijo, se vincula con el Sea Level Rise Group de la NASA: buscan estimar escenarios —del “mejor” al “peor”— sobre el aumento del nivel del mar en horizontes de décadas a siglos.
“El consenso científico es cuidadoso; no se habla de predicciones cerradas, sino de probabilidades”, señaló.
En segundo término habló del llamado “Glaciar del Fin del Mundo” —apodo coloquial usado por divulgadores para un glaciar antártico que preocupa por su papel de “sujeción” del hielo continental—. Explicó que, si ese ‘tapón’ cede, podría acelerar la descarga de grandes masas de hielo al océano y elevar el nivel del mar de forma significativa.
Remarcó que se trata de un riesgo plausible con efectos desproporcionados en países cercanos al Ecuador, incluido México.
Para él, los glaciares funcionan como un sistema de alarma temprana: cuando se aceleran y se derriten, indican que algo peor puede venir.
Y cerró con un llamado a la ciudadanía: “Nos sobra información y nos falta conocimiento. No hay que ser expertos, pero sí tener una mentalidad crítica para entender por qué pasan las cosas y cómo están conectadas”.