Una lucha sin reflectores

"Una lucha sin reflectores", columna de Marco A. Paz Pellat en #ElPoderdelasIdeas

La Unión de Usuarios de Hermosillo nació hace casi seis décadas con una idea sencilla y poderosa: defender a la gente común cuando se siente sola frente a cobros injustos, malos servicios y decisiones que no toman en cuenta la realidad de las familias. Desde 1966, la Unión ha sido un lugar al que muchos han llegado con un recibo en la mano, con coraje, con miedo o con cansancio y del que han salido acompañados, informados y, muchas veces, con esperanza.

En tiempos como los actuales, donde escasean las organizaciones sociales honestas, independientes y sin intereses político-electorales, la existencia de la Unión de Usuarios cobra un valor especial. No porque sea perfecta, sino porque ha demostrado algo cada vez más raro: se puede defender una causa sin usar a la gente, se puede protestar sin venderse, y se puede exigir sin buscar un cargo a cambio.

Su misión siempre fue clara: la luz, el agua, el transporte y los servicios públicos no son favores, son derechos. Derechos que deben prestarse con dignidad, con tarifas justas y con respeto. La Unión entendió desde muy temprano que cuando una persona reclama sola, es fácil ignorarla; pero cuando muchas se organizan, la voz se vuelve imposible de callar.

Durante décadas, la Unión de Usuarios convirtió problemas cotidianos -un recibo impagable, un corte injusto, un mal servicio- en causas colectivas. No para confrontar por confrontar, sino para corregir abusos normalizados. Su fuerza estuvo en la constancia, en la paciencia y en la credibilidad construida a lo largo del tiempo.

Hablar de la Unión es hablar, inevitablemente, de Francisco Navarro Bracamontes. Don Pancho, como muchos lo conocían, fue más que un dirigente: fue el corazón moral de la organización. Nunca buscó reflectores, cargos ni aplausos. Buscó algo más difícil: que la gente entendiera que defender sus derechos no es un acto de rebeldía, sino de dignidad.

Don Pancho Navarro estuvo ahí cuando era incómodo estar. Cuando nadie quería el problema, cuando la causa no daba votos ni popularidad. Enseñó, con el ejemplo, que la lucha social no es para enriquecerse ni para escalar políticamente, sino para servir. Formó ciudadanos, no clientelas; conciencia, no lealtades.

Su muerte deja una tristeza profunda, pero también una gran deuda colectiva. No sólo con su memoria, sino con lo que representó. Honrarlo no es repetir su nombre, sino cuidar lo que ayudó a construir: una organización que demuestra que la defensa social puede ser honesta, humana y sin cálculo.

Hoy, ante la falta de figuras públicas que respetar y cuando tantas causas se usan y se abandonan, la Unión de Usuarios y el legado de Francisco Navarro nos recuerdan algo esencial: la ciudadanía organizada sigue siendo una de las formas más nobles de cambiar la vida diaria de las personas. Y eso, aunque no tenga reflectores, lo cambia todo.