Mario Vargas Llosa, disciplina y memoria, pilares de su escritura
"Mario Vargas Llosa, disciplina y memoria, pilares de su escritura", escribe Irene Selser en #Entrevías
No sabemos si la muerte lo halló escribiendo, “como un accidente”, según él deseaba. Su familia no dio detalles, salvo que el Nobel de Literatura peruano, nacido en Arequipa en 1936, falleció en paz y en compañía de los suyos el domingo 13 de abril, en su casa de Lima. Acababa de cumplir 89 años el pasado 28 de marzo y hacía un tiempo que su estado de salud presentaba quebrantos, incluidos dos contagios de Covid. En abril de 2023 anunció su retiro de la literatura de ficción, por el esfuerzo que ya representaba “construir una historia durante tres o cuatro años con el rigor necesario”, siendo su última novela publicada en paralelo “Le dedico mi silencio”, donde exalta el significado vital y cultural de su Perú natal. También dejó de publicar en el diario El País su conocida columna de análisis político y cultural “Piedra de Toque”, para poder concentrarse en otros escritos, dijo, tras ser reconocido como miembro de la Academia Francesa de la Lengua, el primer autor en lengua extranjera en formar parte de esta institución.
Merecedor de los más importantes galardones locales e internacionales, entre ellos el mismo Nobel en 2010, Vargas Llosa era el último que quedaba en pie de la portentosa generación del boom latinoamericano, que inició precisamente en 1962 con la publicación de su novela “La ciudad y los perros”, seguida de “Rayuela” (1963) del argentino Julio Cortázar. A ellos se sumaron Gabriel García Márquez, Carlos Fuentes y Guillermo Cabrera Infante, antecedidos por sus precursores Jorge Luis Borges, Ernesto Sabato, Adolfo Bioy Casares, Silvina Ocampo, Juan Carlos Onetti, Juan Rulfo, Alejo Carpentier, Miguel Ángel Asturias, Jorge Amado y João Guimarães Rosa, entre otros que renovaron el lenguaje.
Del alud de textos, reseñas y homenajes que inundan la prensa mundial a propósito de su deceso, rescatamos este que data de mayo de 2019, donde el autor de obras imprescindibles como “Conversación en La Catedral”, “La casa verde”, “La guerra del fin del mundo”, “Lituma en los Andes”, “Pantaleón y las visitadoras”, “La tía Julia y el escribidor”, “Los cachorros”, “La Fiesta del Chivo”, “Travesuras de la niña mala”, “Cinco esquinas” y “El sueño de celta”, habla largamente en entrevista con la BBC Mundo de su oficio de escritor que llevó a cabo con un rigor sin pausa, sentándose a trabajar todos los días de 10:00 de la mañana a 2:00 de la tarde “de lunes a lunes, los 12 meses del año”.
Tenía 83 años al momento de ese encuentro (https://www.bbc.com/mundo/articles/c793q244yj1o) y Vargas Llosa no dudó en vincular su longevidad productiva con su estilo metódico, que incluía hacer una hora de ejercicio antes de escribir a mano y narrar historias basadas en la vida misma, incluyendo su paso por la política cuando en 1990 compitió sin éxito por la Presidencia del Perú o luego cuando en 2003 viajó a Irak enviado por El País para cubrir la invasión de Estados Unidos. El resultado fue su libro “Diario de Irak”, que recopila reportajes y artículos recogidos al calor de la guerra.
“Nunca he sido una persona pasiva, siempre me he interesado por lo que ocurría a mi alrededor”, dijo entonces Vargas Llosa, convencido desde muy joven que “ser escritor significa también una responsabilidad de tipo social y político. Creo que la participación en lo que es la vida de la ciudad, del país, del tiempo en que uno vive, es también una obligación de tipo moral”.
Implacable en sus juicios frente a los totalitarismos y la deriva autoritaria de procesos como la revolución cubana, a la cual apoyó en forma irrestricta en sus inicios, pasando de una juventud impregnada de marxismo a “un existencialismo sartreano y luego al liberalismo de mi madurez”, como narra en su libro autobiográfico “Como pez en el agua”, Vargas Llosa incluyó en su recorrido muestras de simpatía hacia figuras de la derecha radical como el expresidente brasileño Jair Bolsonaro, a quien dijo preferir “frente a Lula (da Silva), acusado de ladrón”; sin olvidar la polémica generada en México, en agosto de 1990, cuando calificó al sistema del PRI como “la dictadura perfecta”, durante el encuentro “La experiencia de la libertad” organizado por Octavio Paz y la revista Vuelta, transmitido en vivo por Televisa.
“La dictadura perfecta no es el comunismo, no es la URSS, no es Fidel Castro. Es México, porque es la dictadura camuflada de tal modo que puede parecer que no es una dictadura, pero tiene, de hecho, si uno escarba, todas las características de la dictadura: la permanencia, no de un hombre, pero sí de un partido, un partido que es inamovible”, expresó excusándose previamente por lo que iba a decir. A raíz de sus declaraciones, Vargas Llosa abandonó intempestivamente el país.
Sobre el proceso de escritura y sus nutrientes, el también académico, conferencista y ensayista (“La orgía perpetua”, “La tentación de lo imposible”, “El lenguaje de la pasión”) siempre se sintió seducido por los personajes “más inconformes”, “personajes que quisieran cambiar, si no el mundo, por lo menos su entorno, porque no lo resisten tal como es”. De ahí que algunos “son más utópicos, tienen una visión más mesiánica de las cosas y otros se mueven en mundos más limitados, pero creo que el conformista, o no aparece, o aparece con tintes muy negativos en mis historias”.
“Los personajes que más descuellan -agregó- son aquellos que no se conforman con el mundo tal como es para hacerlo más vivible”. Porque, finalmente, “si uno inventa historias es porque la que vive no le basta o no le gusta, y escribir es una manera de cambiar el mundo, de ofrecer a los demás mundos alternativos. Creo que esas son las ficciones”.
Irene Selser