Entre fuego y tortillas: el oficio que resiste al calor del desierto

Desde las 7 de la mañana hasta las 6 de la tarde, este grupo se mantiene de pie, asando carne, volteando tortillas y sirviendo con una sonrisa.

En medio del calor abrasador del desierto sonorense, donde la sombra apenas ofrece alivio y el termómetro rebasa los 45 grados, un pequeño grupo de personas resiste lo extremo con disciplina, habilidad y temple. En el tianguis del estadio Héctor Espino, entre aromas de carne asada y tortillas recién hechas, Doña Guille, como todos la conocen, trabaja al filo del fuego desde las primeras horas del día.

“La mentalidad es la base principal para poder trabajar con el fuego, se necesita conciencia y concentración”, afirma Fortunata Bravo Franco, quien desde hace años mantiene su puesto de tacos, burros y tortillas en este tradicional mercado al aire libre. Junto a ella, Cecilia, Priscila y Paquito conforman un equipo que enfrenta temperaturas de hasta 67 grados Celsius al nivel del comal, según han medido con una pistola térmica.

Desde las 7 de la mañana hasta las 6 de la tarde, este grupo se mantiene de pie, asando carne, volteando tortillas y sirviendo con una sonrisa. Lo hacen 'a ras de fuego', como ellos mismos dicen. El calor no solo golpea por fuera: reseca la boca, agota el cuerpo y obliga a constantes pausas para hidratarse y refrescarse brevemente en los 'coolers' que refrescan a los clientes que comen en el establecimiento.

Cecilia, con más de una década de experiencia, muestra sus manos endurecidas por el oficio. “Ya no me quema el comal, están tan acostumbradas al calor que puedo voltear la tortilla directo con los dedos”, cuenta con orgullo. Sin embargo, reconoce que el calor ha ido en aumento con los años. La ciudad crece, se deforestan áreas, llueve menos y el clima se vuelve más inclemente.

Aun así, el trabajo no se detiene. En un solo fin de semana, pueden llegar a producir hasta mil 200 tortillas, alimentando a decenas de familias que buscan comida casera y sabor auténtico. Porque más allá del esfuerzo físico, lo que sostiene este oficio es la voluntad de resistir, la pasión por servir y un profundo respeto por el fuego, que, aunque quema, también alimenta.