Una comunidad que sobrevive con dignidad junto a las vías del tren
Alrededor de 70 personas habitan en casas improvisadas en un camellón de la calle Salamanca, justo al lado de las vías del tren, en la colonia Las Riberas, cerca de Las Amapolas. Ahí, formaron una comunidad unida por la esperanza.
En un rincón invisible de la ciudad, donde el concreto se confunde con el polvo y el olvido se instala como otro vecino más, existe una comunidad que sobrevive con dignidad entre los rieles del tren y los límites de la indiferencia.
Son alrededor de 70 personas que habitan en casas improvisadas en un camellón de la calle Salamanca, justo al lado de las vías del tren, en la colonia Las Riberas, cerca de Las Amapolas.
Allí, donde el ruido del tren marca las horas, estas personas han levantado sus hogares con lo que el mundo desecha: cartones, hielo seco, cobijas, colchones viejos, trozos de madera. Pero también han levantado algo más profundo: una comunidad. Se nombran a sí mismos como vecinos, amigos, casi familia. Una hermandad hecha de historias rotas, pero unida por la esperanza.
Crearon una fuerte hermandad. (Foto: Ramón Munguía/EXPRESO)
Ángel Guzmán, originario de Nayarit, llegó a Hermosillo hace 30 años. Tras la muerte de sus padres, optó por vivir en este sector, lejos de conflictos familiares. Su refugio es un pequeño espacio hecho con cartón y lonas, y duerme sobre resortes cubiertos apenas con cobijas desgastadas. A su lado, su compañero más leal: un perro callejero que se convirtió en su familia.
“Antes fui guardia de seguridad, pero me robaron mis papeles y ahora trabajo donde se pueda. A veces viene un señor y nos lleva a la siembra a trabajar”, contó Ángel.
Ante la falta de documentos y temiendo que la memoria le falle con los años, ideó un collar con cuencas y piedras que lleva incrustada su fecha de nacimiento.
Ángel levantó un hogar con cartón y lonas. (Foto: Ramón Munguía/EXPRESO)
Otro de los rostros de esta comunidad es Antonio Valles Buitimea, de 75 años y originario de Huatabampo, quien hace una década vive aquí.
Antonio pasa sus días leyendo el libro más importante, dijo, La Biblia, pues dentro de sus largos días postrado con imposibilidad para caminar es lo único que le ayuda a sobrepasar sus penas.
“Las autoridades vienen a veces para reubicarnos a nuestras ciudades de origen, pero muchos no queremos irnos. Algunos, como yo, ya no podemos caminar, y es muy difícil volver”, mencionó.
Antonio señaló que al menos diez de los habitantes de esta comunidad viven con alguna discapacidad o movilidad limitada.
Antonio pasa sus días leyendo La Biblia, el cual considera que es el libro más importante. (Foto: Ramón Munguía/EXPRESO)
Ángela Omayra Duarte, de 42 años, llegó hace cinco años desde la Mesa del Seri. En las vías del tren encontró más que un techo: encontró el amor. Desde hace dos años vive con su pareja, compartiendo el mismo pedazo de tierra y esperanza.
Ángela llegó desde la Mesa del Seri. (Foto: Ramón Munguía/EXPRESO)
En este pequeño universo paralelo, la pobreza y la marginación son pan de cada día. Pero también lo son la risa, la solidaridad y esos momentos casi sagrados donde el dolor se disuelve en la charla o en el silencio compartido. Son una comunidad distinta, sí. Pero son, ante todo, una comunidad.